Nuestro pensamiento es muchísimas veces el reflejo de estereotipos de diversa índole. Mi generación, la de mis padres, abuelos y bisabuelos... vivieron con el marchamo del Coto de Doñana en su pensamiento lo que afectaba a nuestras relaciones con el patrimonio natural del municipio. Fue este lugar, inservible para la economía agrícola tradicional, un cazadero real, pero que la gente siempre usó sus recursos: leña, miel, etc. Los reyes y su séquito de nobles se desplazaban hasta aquí a festejar cacerías. Fueron muchas la venidas reales y algunas muy sonadas como la que realizó Felipe IV en el primer tercio del siglo XVII o las cacerías de Alfonso XIII lanceando jabalíes. No faltaron reconocidos intelectuales en aquellos séquitos reales. Así, el poeta Francisco de Quevedo acompañó al rey de la casa de los Austrias y el rey borbón facilitó al arqueólogo alemán Adolf Schulten la búsqueda del míticó Tartessos para que el azar hiciera posible el descubrimento de la nécrópolis romana del Cerro del Trigo.
Éramos un pueblo marginal. La gente entraba a Doñana por la puerta natural que la historia del descubrimiento de América había hecho indispensable: Salúcar de Barrameda. Los Medinasidonias eran nuestros dueños. Los Condes de Niebla lo controlaban todo: la leña, el carbón, la cacería, la siega de la juncia para la construcción de chozas, las pescaderías de la costa (las almadrabas), el agua de los arroyos y ríos...
Los años 80 del siglo pasado supusieron un cambio esencial en aquel marchamo de "coto de caza". Por diversas razones que aquí no procede exponer ahora, conseguimos para disfrute público lo que siempre fue coto privado. Gracias a ello, hoy se tiene una nueva percepción de este espacio natural y muchos nos sentimos orgullosos de haber protagonizado ese cambio en la percepción y disfrute de Doñana.
Estas cosillas se las explicamos a nuestros alumnos y alumnas y se sorprenden al comprobar lo que Almonte fue y lo que es ahora. La historia cambia a los pueblos y a su gente. Lo que Doñana fue para nuestros antepasados y lo que es ahora mismo para las generaciones actuales y lo que se pretende que sea en el futuro es el resultado de un esfuerzo de décadas no exentos de muchos errores y algunos clamorosos éxitos.
Con estas sensibilidades les complace ir hasta Sanlúcar, realizar el paseo por el Guadalquivir en el Barco Real Fernando, divisar la marisma desde la orilla izquierda del Guadalquivir, pasear por las calles de Sanlúcar, visitar el Poblado de la Plancha y divisar las salinas como montañas blancas que emergen del horizonte gaditano. Montañas blancas parecidas a los oscuros y casi invisibles montes, que en días claros, podemos divisar desde el Paseo Marismeño de la Aldea del Rocío, después de que nuestros ojos correteen en el horizonte casi un centenar de kilómetros sobre la llanura de la marisma del Guadalquivir.¡Qué prodigiosa visión espacial realiza nuestra mente al comparar ambas visiones separadas por la marisma, los cotos, la vera, los lucios y el río! Son tan cercanas, para los almonteños, ambas montañas, (siempre han estado ahí), que sólo han sido distanciadas en las últimas décadas por la visión mercatilista de estos territorios y por el desenfreno de la rapidez y de las prisas que ha desarrollado el progreso de la velocidad de los motores y el ansia insaciable de la sociedad consumista de sol y playa generada en nuestras vidas desde los años 60 con el beneplácito de la sociedad. Esta apuesta educativa de Doñana Entorno es muy positiva y la pena es que no vayan todos los niños y niñas de los pueblos del entorno que debieran.
Allí en aquella orilla, también, estamos en Almonte. Cuando mis alumnos y alumnas lo vivencian y comparten el espacio con niños y niñas de otros pueblos se sienten más orgullosos de ser almonteños y comprobar lo grande que es nuestro pueblo.
Desde aquella parte de Almonte, Doñana sigue siendo tan bella y multicolor.
Algunas de esas imágenes que guardamos en nuestra memoria y que nos ayudaran a apreciar más justamente nuetro patrimonio cultural y natural pueden verlas aquí:
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